Comenzó el 28 de julio de 1914 como un enfrentamiento localizado en el Imperio Austro-Húngaro y Serbia; se transformó en un enfrentamiento armado a escala europea cuando la declaración de guerra austro-húngara se extendió a Rusia el 1 de agosto de 1914; y finalmente pasó a ser una guerra mundial, en la que participaron 32 naciones, finalizada en 1918. Veintiocho de ellas, denominadas ‘aliadas’ o ‘potencias asociadas’ y entre las que se encontraban Gran Bretaña, Francia, Rusia, Italia y Estados Unidos, lucharon contra la coalición de los llamados Imperios Centrales, integrada por Alemania, Austria-Hungría, el Imperio otomano y Bulgaria. La causa inmediata del inicio de las hostilidades entre Austria-Hungría y Serbia fue el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Habsburgo, heredero del trono austro-húngaro, cometido en Sarajevo (Bosnia, entonces parte del Imperio Austro-Húngaro; en la actualidad Bosnia-Herzegovina) el 28 de junio de 1914 por el nacionalista serbio Gavrilo Princip. No obstante, las causas profundas del conflicto remiten a la historia europea del siglo XIX, concretamente a las tendencias económicas y políticas que imperaron en Europa desde 1871, año en el fue fundado y emergió como gran potencia el II Imperio Alemán.
Las Causas de la Guerra
1.- El Nacionalismo
La Revolución Francesa y las Guerras Napoleónicas habían difundido por la mayor parte del continente europeo el concepto de democracia, extendiéndose así la idea de que las poblaciones que compartían un origen étnico, una lengua y unos mismos ideales políticos tenían derecho a formar estados independientes. Sin embargo, el principio de la autodeterminación nacional fue totalmente ignorado por las fuerzas dinásticas y reaccionarias que decidieron el destino de los asuntos europeos en el Congreso de Viena (1815). Muchos de los pueblos que deseaban su autonomía quedaron sometidos a dinastías locales o a otras naciones. Por ejemplo, los estados alemanes, integrados en la Confederación Germánica, quedaron divididos en numerosos ducados, principados y reinos de acuerdo con los términos del Congreso de Viena; Italia también fue repartida en varias unidades políticas, algunas de las cuales estaban bajo control extranjero; los belgas flamencos y franceses de los Países Bajos austriacos quedaron supeditados al dominio holandés por decisión del Congreso. Las revoluciones y los fuertes movimientos nacionalistas del siglo XIX consiguieron anular gran parte de las imposiciones reaccionarias acordadas en Viena. Bélgica obtuvo la independencia de los Países Bajos en 1830; la unificación de Italia fue culminada en 1861, y la de Alemania en 1871. Sin embargo, los conflictos nacionalistas seguían sin resolverse en otras áreas de Europa a comienzos del siglo XX, lo que provocó tensiones en las regiones implicadas y entre diversas naciones europeas. Una de las más importantes corrientes nacionalistas, el paneslavismo, desempeñó un papel fundamental en los acontecimientos que precedieron a la guerra.
2.- El Imperialismo
El espíritu nacionalista también se puso de manifiesto en el terreno económico. La Revolución Industrial, iniciada en Gran Bretaña a finales del siglo XVIII, en Francia a comienzos del XIX y en Alemania a partir de 1870, provocó un gran incremento de productos manufacturados, por lo que estos países se vieron obligados a buscar nuevos mercados en el exterior. El área en la que se desarrolló principalmente la política europea de expansión económica fue África, donde los respectivos intereses coloniales entraron en conflicto con cierta frecuencia. La rivalidad económica por el dominio del territorio africano entre Francia, Alemania y Gran Bretaña estuvo a punto, desde 1898 hasta 1914, de provocar una guerra en Europa en varias ocasiones
3.- La Expansión Militar
Como consecuencia de estas tensiones, las naciones europeas adoptaron medidas tanto en política interior como exterior entre 1871 y 1914 que, a su vez, aumentaron el peligro de un conflicto; mantuvieron numerosos ejércitos permanentes, que ampliaban constantemente mediante reclutamientos realizados en tiempo de paz, y construyeron naves de guerra de mayor tamaño. Gran Bretaña, influida por el desarrollo de la Armada alemana, que se inició en 1900, y por el curso de la Guerra Ruso-japonesa, modernizó su flota bajo la dirección del almirante sir John Fisher. El conflicto bélico que tuvo lugar entre Rusia y Japón había demostrado la eficacia del armamento naval de largo alcance. Los avances en otras áreas de la tecnología y organización militar estimularon la constitución de estados mayores capaces de elaborar planes de movilización y ataque muy precisos, integrados a menudo en programas que no podían anularse una vez iniciados.
Los dirigentes de todos los países tomaron conciencia de que los crecientes gastos de armamento desembocarían con el tiempo en quiebras nacionales o en una guerra; por este motivo se intentó favorecer el desarme mundial en varias ocasiones, especialmente en las Conferencias de La Haya de 1899 y 1907. Sin embargo, la rivalidad internacional había llegado a tal punto que no fue posible alcanzar ningún acuerdo efectivo para decidir el desarme internacional.
De forma paralela al proceso armamentístico, los estados europeos establecieron alianzas con otras potencias para no quedar aisladas en el caso de que estallara una guerra. Esta actitud generó un fenómeno que, en sí mismo, incrementó enormemente las posibilidades de un conflicto generalizado: el alineamiento de las grandes potencias europeas en dos alianzas militares hostiles, la Triple Alianza, formada por Alemania, Austria-Hungría e Italia, y la Triple Entente, integrada por Gran Bretaña, Francia y Rusia. Los propios cambios que se produjeron en el seno de estas asociaciones contribuyeron a crear una atmósfera de crisis latente por la cual el periodo fue denominado de la ‘paz armada’.
4.- Las Crisis Anteriores a la Guerra
Al encontrarse Europa dividida en dos sistemas de alianzas hostiles, cualquier alteración de la situación política o militar en Europa, África o en cualquier otro lugar provocaría un incidente internacional. Desde 1905 hasta 1914 tuvieron lugar varias crisis internacionales y dos guerras locales, y todos ellas estuvieron a punto de desencadenar una guerra general en Europa. El primer conflicto se produjo en Marruecos, donde Alemania combatió en 1905 y 1906 para apoyar al país en su lucha por la independencia y para evitar el dominio del área por Francia y España. Francia amenazó a Alemania con declararle la guerra, pero el incidente se solucionó finalmente en una conferencia internacional celebrada en Algeciras (España) en 1906. Los Balcanes fueron el escenario de un nuevo enfrentamiento en 1908, motivado por la anexión de Bosnia-Herzegovina por parte de Austria-Hungría. Entre los distintos tipos de paneslavismo se encontraba el panserbianismo o movimiento para la creación de una Gran Serbia, uno de cuyos objetivos era que esta región adquiriera la zona meridional de Bosnia, por lo que los serbios amenazaron a Austria con declararle la guerra. No se inició ninguna campaña debido a que los serbios no podían emprender la lucha sin el apoyo de Rusia, y ésta no se encontraba en condiciones de intervenir en la contienda. En 1911 estalló una nueva crisis en Marruecos, cuando el gobierno alemán envió un buque de guerra a Agadir en protesta por los intentos franceses para conseguir la supremacía en esta zona. Hubo amenazas de guerra por ambas partes, pero el conflicto se solventó en la Conferencia de Agadir. Italia, aprovechando la preocupación de las grandes potencias por la cuestión marroquí, declaró la guerra al Imperio otomano en 1911, con la esperanza de poder anexionarse la región de Tripolitania, situada al norte de África. Dado que Alemania se había visto obligada a entablar relaciones amistosas con el Imperio otomano a causa de su política de Drang nach Osten (‘Expansión hacia el Este’), el ataque de Italia debilitó a la Triple Alianza y alentó a sus enemigos. Las Guerras Balcánicas de 1912-1913 aumentaron el interés de Serbia por obtener el control de las áreas del Imperio Austro-Húngaro habitadas por pueblos eslavos, agudizó el recelo del Imperio Austro-Húngaro hacia los serbios y generó en Bulgaria y el Imperio otomano un deseo de revancha tras su derrota en dichos conflictos. Alemania, irritada por el hecho de que el Imperio otomano hubiera perdido sus territorios en Europa como consecuencia del conflicto balcánico, formó un Ejército más numeroso. Francia respondió con la ampliación del servicio militar obligatorio de dos a tres años en tiempo de paz. Las demás naciones europeas siguieron el ejemplo de estas potencias y asignaron en 1913 y 1914 enormes cantidades al presupuesto destinado a gastos militares.
Resumen de la Guerra
La I Guerra Mundial duró cuatro años, tres meses y catorce días. El conflicto representó un coste de 186.000 millones de dólares para los países beligerantes. Las bajas en los combates terrestres ascendieron a 37 millones, y casi diez millones de personas pertenecientes a la población civil fallecieron indirectamente a causa de la contienda. A pesar de que todas las naciones confiaban en que los acuerdos alcanzados después del conflicto restablecerían la paz mundial sobre unas bases estables, las condiciones impuestas promovieron un conflicto aún más destructivo (que se inició en 1939 y que, no en vano, fue denominado II Guerra Mundial). Los Imperios Centrales aceptaron los catorce puntos elaborados por el presidente Wilson como fundamento del armisticio, esperando que los aliados los adoptaran como referencia básica en los tratados de paz. Sin embargo, la mayor parte de las potencias aliadas acudieron a la Conferencia de Paz de París (celebrada en Versalles) con la determinación de obtener indemnizaciones en concepto de reparaciones de guerra equivalentes al coste total de la misma y de repartirse los territorios y posesiones de las naciones derrotadas según acuerdos secretos. Durante las negociaciones de paz, el presidente estadounidense Wilson insistió en que la Conferencia de Paz de París aceptara su programa completo organizado en catorce puntos, pero finalmente desistió de su propósito inicial y se centró en conseguir el apoyo de los aliados para la formación de la Sociedad de Naciones.
Las potencias vencedoras permitieron que se incumplieran ciertos términos establecidos en los tratados de paz de Versalles, Saint-Germain-en-Laye, Trianón, Neuilly-sur-Seine y Sèvres, lo que provocó el resurgimiento del militarismo y de un nacionalismo agresivo en Alemania y desórdenes sociales en gran parte de Europa.
Consecuencias de la I Guerra Mundial
La I Guerra Mundial (1914-1918), uno de los conflictos más devastadores de la historia, fue una pugna de grandes dimensiones que comenzó en Europa y terminó implicando a 32 naciones. La guerra se libró entre dos grandes alianzas militares: de un lado, los denominados aliados, entre los que estaban Francia, Rusia, Gran Bretaña, y finalmente Estados Unidos; del otro, los Imperios Centrales, que incluían a Alemania (II Imperio Alemán), Austria-Hungría (Imperio Austro-Húngaro) y más tarde, a Turquía (Imperio otomano). Al término de la Gran Guerra (nombre por el que también es conocida la I Guerra Mundial) habían muerto 10 millones de soldados y otros 21 habían resultado heridos.
La Gran Guerra, por otra parte, precipitó la revolución y la inquietud, una consecuencia completamente imprevista por las potencias europeas. La toma del poder por los bolcheviques en Rusia en 1917 fue sólo el preludio de las turbulencias e inquietudes que acabarían llegando a Berlín e incluso Pekín. Al final de la guerra, Vladímir Lenin se alzó como una figura temida o venerada a lo largo y ancho del globo. Por la misma época, Woodrow Wilson entró en escena con sus famosos Catorce puntos, una serie de principios enunciados durante el conflicto, destinados a traer y preservar la paz. Las novedosas ideas de Wilson, como la autodeterminación y la Sociedad de Naciones, constituían un agudo contraste con los llamamientos revolucionarios de Lenin a los pueblos oprimidos y su apostolado de la violencia como medio para alcanzar la justicia y la igualdad. Las ideas contrapuestas de estos dos visionarios electrizaron a las naciones colonizadas de todo el mundo y las hicieron intensificar sus demandas de independencia o autonomía. Al mismo tiempo, el final de la guerra llenó de resentimiento a las masas a medida que los imperios se disolvían, se exigían reparaciones a los vencidos y el mapa de Europa era diseñado a medida de los vencedores.
La guerra, los efectivos humanos y las poblaciones coloniales
Aunque la I Guerra Mundial comenzó en Europa, desde el principio afectó a lugares más allá de los confines de este continente. Los pueblos de África, India y Asia sufrieron la guerra siendo llamados a filas por los ejércitos europeos como soldados u obreros. Estas regiones aportaron también recursos importantes para el esfuerzo de guerra de los beligerantes.
A medida que la guerra se recrudecía, la desesperada necesidad de soldados y trabajadores de las potencias europeas les obligó a fijar sus ojos en las colonias. Los líderes coloniales les dieron su apoyo, pensando que su lealtad en ocasión de tal peligro para la metrópoli redundaría en una mayor autonomía para las colonias, la relajación de la legislación racial e incluso la independencia al final del conflicto. Es seguro que los líderes de las colonias británicas en la India y África apoyaron el esfuerzo de guerra con estos motivos in mente. Soldados y obreros voluntarios afluyeron en grandes contingentes para completar los regimientos coloniales ya existentes de Gran Bretaña, Francia y Alemania.
Los franceses por ejemplo alistaron a 70.000 argelinos y 170.000 africanos occidentales en sus ejércitos europeos. Los británicos confiaron en tropas indias para su fallida campaña en Irak en 1915 y para reforzar sus ejércitos en el norte de Francia. De hecho casi un millón de soldados y obreros indios sirvieron a lo largo y ancho del mundo. Los británicos emplearon también a 100.000 trabajadores chinos para atender a las necesidades logísticas de sus ejércitos en el norte de Europa. Además cientos de miles de porteadores y obreros de África Occidental, Egipto y la India proporcionaron servicios inapreciables a los beligerantes.
Políticas subversivas y belicistas en las colonias
Fuera de los campos de batalla, los beligerantes utilizaron otros métodos para debilitar a sus adversarios. Por ejemplo, animaron vigorosamente el descontento, la insurrección y el nacionalismo entre los súbditos coloniales de sus enemigos. Esta estrategia estaba destinada a debilitar al rival obligándole a dedicar recursos y potencial militar para reprimir los disturbios civiles y militares, especialmente en Asia occidental. Probablemente el mejor ejemplo de este tipo de subversión sucedió en Arabia, donde el agente británico T. E. Lawrence organizó una revuelta árabe contra el Imperio otomano. El gobierno británico atizó el latente nacionalismo árabe, con promesas, nunca cumplidas, de independencia para los árabes.
Gran Bretaña estaba también detrás del sionismo, otro movimiento de potencial revolucionario en el Oriente Próximo. Durante la I Guerra Mundial, un pequeño número de idealistas judíos polacos y rusos se cohesionaron en una organización que se propagó a todas las comunidades judías, sin distinción de nación, idioma o tradición. Esta organización acabó consiguiendo el apoyo británico para la instauración de un hogar nacional judío para después de la guerra. Este apoyo, consignado en la Declaración Balfour, se oponía a las esperanzas dadas por los británicos anteriormente a los nacionalistas árabes y terminaría llevando a violentas y sangrientas disputas entre las comunidades árabe y judía.
Los alemanes y los turcos desarrollaron también políticas subversivas. Esperaban explotar el sentimiento panislámico que se extendía en la joya de la corona británica, la India. Un partido opositor secreto, el Ghadr (‘Revuelta’), existía ya en el estado del Punjab. Sus líderes en Berlín, un nido de indios disidentes, tenían la esperanza de aprovechar la creciente tensión. A la postre, la gran distancia entre Europa y la India y la dificultad de coordinar a los rebeldes potenciales bajo la estricta represión británica echaron a perder sus ambiciones. Los alemanes y los turcos tuvieron más éxito en su apoyo a la resistencia islámica en África del norte y del oeste, donde la oposición al colonialismo sobrevivió a la guerra.
La I Guerra Mundial y la toma del poder de los bolcheviques en Rusia
Los inesperados acontecimientos en el Imperio Ruso resultaron tan dramáticos y exitosos como las políticas subversivas de los beligerantes. En 1917 la Revolución Rusa estremeció al mundo y dio a luz a un desafío continuo a las potencias occidentales. La revolución despertaría también la esperanza en países como China, que luchaban por deshacerse del yugo colonial. Tres décadas después de la revolución, más de una tercera parte de la humanidad viviría bajo regímenes comunistas.
Aliada de Francia desde hacía muchos años, la Rusia imperial fue a la guerra en 1914 mal preparada para las enormes exigencias de una guerra moderna e industrial. La guerra trajo pérdidas catastróficas y sufrimientos inaguantables para los millones de rusos que luchaban en los ejércitos imperiales. Durante la guerra, Rusia se enfrentó también a migraciones internas masivas a medida que millones de refugiados huían de los frentes de guerra y los civiles dejaban sus hogares para trabajar en las industrias de guerra. Este vasto movimiento de población, que igualó en número al de las levas militares, desestabilizó en gran medida a una sociedad que ya se tambaleaba bajo las presiones domésticas y famosa por su corrupción. La carestía de alimentos afectó pronto a las ciudades mientras que la inflación socavó el poder adquisitivo de los campesinos. Los obreros y los campesinos hicieron responsable al gobierno de la ruinosa situación. En 1917, el zar Nicolás II y la monarquía habían perdido la confianza de los rusos. La monarquía fue sustituida por un gobierno provisional, formado por fuerzas supuestamente democráticas.
En ese momento, un revolucionario bolchevique exiliado llamado Vladímir Lenin regresó a Petrogrado, ayudado por las autoridades alemanas que esperaban que Lenin crearía un descontento aún mayor en un país devastado ya por las luchas intestinas. Lenin y sus correligionarios bolcheviques decidieron pronto que el gobierno provisional se equivocaba al proseguir la costosa e impopular guerra. En el otoño de 1917, Lenin y sus seguidores se hicieron con el poder apartando al gobierno provisional, que había perdido el apoyo de los rusos. Una vez en el poder, los bolcheviques cumplieron su promesa de apartar a Rusia de la guerra. En diciembre de 1917 firmaron en Brest-Litovsk un armisticio que cerraba la intervención rusa.
Wilson contra Lenin
La decisión de Lenin de sacar a Rusia de la guerra significaba un reto al mensaje del presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson. Desde el principio de la guerra, Wilson había perseguido incansablemente un acuerdo negociado que trajese una paz justa entre las naciones en guerra. La clave de los Catorce puntos de Wilson, que implicaban una serie de acuerdos territoriales que previniesen nuevas guerras, estaba en su concepto de la autodeterminación y sus ideas para la formación de una Sociedad de Naciones, una asamblea internacional similar a la actual ONU, la cual acabaría plasmando ese concepto. Wilson pensaba que sus propuestas significaban una revolución en las relaciones internacionales y una alternativa a la diplomacia europea tradicional, que se basaba en el equilibrio de poder. Wilson se encontraría con nuevas decepciones cuando los países europeos cuestionaron varias de sus propuestas más importantes. Estados Unidos declaró la guerra a los Imperios Centrales en abril de 1917, y Wilson pensó imponerse a las fuerzas antidemocráticas venciéndolas en el campo de batalla.
Lenin se enfrentó a la vez a las profecías de Wilson y al concepto europeo de diplomacia. Veía el imperialismo como el veneno de la clase obrera. Lenin argumentaba además que la guerra era la consecuencia natural del imperialismo de los países capitalistas y de la opresión de los pueblos coloniales. Para Lenin, Wilson era un producto integral del capitalismo y, por tanto, parte del problema. Aunque los dos pretendían cambiar el orden mundial, sus intenciones eran diametralmente opuestas.
El final de la guerra y la revolución
En 1918, la marea causada por la Revolución Rusa barrió Europa, que se encontraba ya en medio de una gran inquietud. En Alemania, la pérdida de confianza en un gobierno que se mostraba incapaz de romper el bloqueo británico o de conseguir una victoria decisiva en el Oeste llevó a motines militares y levantamientos en todo el país. La indisciplina masiva comenzó en la Armada y culminó en la negativa de los marineros acantonados en el puerto de Kiel de hacerse a la mar en una maniobra suicida para salvar el honor del II Imperio Alemán. El motín pronto alcanzó a la totalidad de la oficialidad y la marinería que pidió el fin de la guerra. El antiguo régimen estaba en las últimas y el II Imperio Alemán fue reemplazado por un gobierno provisional.
Los marineros, a los que pronto se unieron soldados y obreros, se organizaron pronto en soviets, o comités que seguían el modelo de los bolcheviques rusos. Estos soviets desafiaban abiertamente al antiguo régimen alemán. En 1919, los espartaquistas intentaron un golpe prematuro contra el gobierno provisional. Los bolcheviques rusos prestaron ayuda directa e indirecta a sus camaradas comunistas alemanes, con la esperanza de atizar la revolución en toda Europa. Para decepción de Lenin, el ejército y los paramilitares alemanes aplastaron la intentona revolucionaria. Las revoluciones fallidas se sucedieron en Austria, Hungría y Bulgaria, demostrando el atractivo de Lenin para unas sociedades cansadas de la guerra. Pero todas se hundieron.
A pesar de estos fracasos, la revolución a la manera soviética se extendió fuera de Europa. Los obreros tabaqueros en Cuba organizaron sus propios soviets, así como los pastores irlandeses católicos en Australia. También apareció un partido bolchevique en la monárquica España. Incluso en Estados Unidos, el bastión del capitalismo, los trabajadores finlandeses del Medio Oeste abrazaron el comunismo y adoraron a Lenin durante años. La guerra y la revolución transformaron el mundo.
El impacto de la guerra en el oriente asiático
La guerra alcanzó también el este de Asia de manera dramática y fatídica. Los japoneses, que se habían unido a los aliados y declarado la guerra a Alemania, explotaron las circunstancias bélicas despiadadamente. Aprovechando la gran distancia existente entre Europa y el Extremo Oriente, los japoneses se apresuraron a arrancar de manos alemanas la península de Shandong, al sureste de Pekín. Los japoneses tomaron la principal línea férrea de la península y aumentaron su presencia con nuevas compañías manufactureras y otras industrias. Los militares japoneses pusieron sus ojos en Dongbei Pingyuan (Manchuria) y Mongolia, donde tenían intenciones de extender la influencia japonesa.
Como consecuencia de sus actividades en la península de Shandong, el gobierno japonés dio un ultimátum a su homólogo chino exigiendo derechos territoriales y económicos. Las 21 Demandas, como se denominó al ultimátum, comprometían severamente la soberanía china y aumentaban notablemente la presencia japonesa en la China continental. Con este acuerdo Japón se apropió de territorio, industrias y funciones políticas y económicas claves. El día que China accedió a estas exigencias, el 25 de mayo de 1915, fue conocido posteriormente como el Día de la Humillación Nacional, una fecha recordada con manifestaciones anuales.
Si las maniobras japonesas durante la guerra comprometieron a China, la paz supuso una decepción mayor para el país. Los chinos esperaban que sus servicios a Europa llevarían a una revisión de los “tratados desiguales” que los europeos les habían obligado a firmar durante la segunda mitad del siglo XIX. Desafortunadamente, estas esperanzas eran vanas. De hecho, sus delegados en la Conferencia de Paz de París se enteraron de que un acuerdo secreto con los aliados permitía a los japoneses mantener sus tropas en la península de Shandong. Estas noticias encendieron la revuelta del 4 de mayo de 1919, una serie de protestas a escala nacional contra la presencia japonesa en suelo chino. La ocasión asistió a la fusión de sentimientos nacionalistas y antijaponeses entre los intelectuales y estudiantes chinos. Los alegatos de Lenin contra las potencias imperialistas, que exportaban su explotación del pueblo, agitaron la conciencia de la intelectualidad china. Después de todo, habían visto de primera mano el resultado de la explotación imperial en su patria y la habían revivido cuando los japoneses ocuparon la península de Shandong. Con el ejemplo de los bolcheviques derrocando a los imperialistas rusos, los radicales chinos comenzaron a entender la revolución como el mejor método para subvertir el orden social existente.
El marxismo y la revolución se convirtieron en la tercera alternativa para el pueblo chino, enfrentado hasta el momento al dilema entre el confucianismo patrio y el imperialismo occidental. Los radicales chinos fundaron sociedades dialécticas, que atrajeron a jóvenes como Mao Zedong, al debate sobre el futuro de China. Muchos intelectuales y estudiantes vieron claramente la opresión imperialista como parte de un problema mayor que se reflejaba en la presencia japonesa en el norte de China. Muchos de los estudiantes integrados en estas sociedades tuvieron un papel destacado en las protestas del 4 de mayo.
Los obreros chinos que volvían de Europa se sumaron también al debate. Habían conocido de primera mano un mundo extraño a la gran mayoría de los chinos, que nunca había viajado. En Europa, muchos de aquellos jóvenes habían aprendido a leer y escribir. Muchos habían acogido las ideas de Wilson, especialmente las referentes a la autodeterminación. Pensaban que este ideal, si fuera aceptado por todas las naciones, llevaría a una independencia real de China y a su liberación de los imperialistas. Los veteranos de guerra se unieron a intelectuales y estudiantes en su protesta contra la presencia japonesa en China. Cientos de manifestaciones dirigidas por estudiantes se desataron en el país. Los comerciantes cerraron sus negocios y los obreros se pusieron en huelga a millares, uniéndose al boicot de productos japoneses.
El movimiento del 4 de mayo supuso algo más que una serie de protestas sobre un incidente aislado. Marcó un hito en el ascenso del nacionalismo chino y aseguró un puesto a China en el nuevo orden global. Se extendieron por China nuevas indumentarias, nuevos valores y nuevas formas de escritura. Cientos de periódicos recién fundados permitieron a los intelectuales debatir los méritos del marxismo, el liberalismo, el socialismo y otras nuevas filosofías. Antes que nada, el movimiento hacía un llamamiento en pro de una patria reunificada, libre de divisiones interiores y de explotación exterior.
El impacto de la guerra en África
La guerra afectó profundamente a África. A medida que crecía la necesidad de personal para el esfuerzo de guerra, creando una carestía de mano de obra blanca, los negros asumieron puestos administrativos y comerciales en todas las colonias europeas. Las demandas económicas de la guerra impulsaron también nuevas industrias. No obstante, las colonias africanas sufrieron igualmente severas consecuencias económicas. Las necesidades bélicas terminaron provocando falta de existencias en los bienes de consumo y provocaron inflación y descontento generalizado en lugares como el Madagascar portugués y el Senegal francés. Estas perturbaciones llegaron a Suráfrica, donde se organizó un número sin precedentes de sindicatos birraciales para pedir mejoras económicas al gobierno colonial.
El saqueo de recursos debilitó seriamente a la población africana. En algunas zonas de África oriental y central cundió el hambre y poco después se produjeron epidemias. La gran epidemia de gripe proveniente de Europa que llegó justo al final de la guerra fue aun peor y mató a millones de personas. En algunos lugares pereció un 6% de la población. Mientras que en términos militares África fue un teatro de guerra secundario, el continente sufrió totalmente sus letales consecuencias.
Como muchos países europeos, África fue testigo de una serie de revueltas contra el yugo colonial. Los Catorce puntos de Wilson, que incluían el derecho a la autodeterminación, fueron en parte responsables de tales alzamientos. Al mismo tiempo, la relajación del control sobre las poblaciones sometidas a causa de la guerra facilitó la insurrección. A lo largo y ancho del continente, los rebeldes se alzaron en armas: contra los franceses en Marruecos, los italianos en Cirenaica, las fuerzas británicas y francesas en el Sahara central y la administración europea en Somalia. Los europeos generalmente acabaron dominando estas rebeliones. Irónicamente, los gobernantes metropolitanos entendieron finalmente que sus colonias africanas encerraban un gran valor material y que sus infraestructuras y pueblos inversiones demandaban bastante mayores. Este reconocimiento dio paso a nuevas políticas diseñadas para satisfacer estas necesidades
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El impacto de la guerra en la India
La guerra causó el efecto de un terremoto en el panorama político indio. Por ejemplo, creó un repunte de producción y nuevas industrias. Materias primas y productos manufacturados salieron de la India con destino al esfuerzo de guerra británico. Industrias como la siderúrgica florecieron a causa de la alta demanda de metales de Gran Bretaña. Al mismo tiempo las ventas de bienes de consumo ingleses a la India llegaron a un parón total debido a la conversión de las manufacturas británicas en industrias bélicas. Por lo tanto, los consumidores indios volvieron sus ojos hacia Japón y Estados Unidos, cuyas exportaciones a Asia Meridional crecieron vertiginosamente hasta un 400 por ciento. Estos cambios afectaron traumáticamente a la economía india y a su relación con Gran Bretaña.
Las demandas de autonomía aumentaron durante la guerra. Estas peticiones llevaron finalmente a la creación de una asamblea virreinal, así como a asambleas locales, cuya aparición fue orquestada por la campaña de resistencia no violenta de Gandhi en 1920. Aunque estas instituciones funcionaban bajo considerables restricciones, su presencia demostraba la creciente competencia de los nacionalistas indios. Los soldados y obreros indios volvieron de la guerra con una profunda desconfianza hacia sus gobernantes británicos. Las sospechas indias aumentaron espectacularmente cuando los británicos se negaron a derogar la estricta Ley de Defensa del Reino de 1916, votada para suprimir la disidencia interna durante la guerra. Este rechazo inicial de Gran Bretaña, combinado con las insurrecciones en el Punjab por los arrestos de nacionalistas y la consiguiente matanza de Amritsar extendieron la cólera entre los indios. Con una economía revitalizada y dirigentes vigorosos, la India continuó desafiando el yugo británico.
La Conferencia de Paz de París
El final formal de la guerra llegó con la Conferencia de Paz celebrada en Versalles, en las afueras de París, en 1919. Los pactos firmados en Versalles, que constituyeron el llamado Tratado de Versalles, no sólo afectaron a Europa sino a millones de personas que vivían fuera de sus confines. Los alemanes se mostraron favorables a un armisticio, pensando que los Catorce puntos de Wilson servirían como base para las negociaciones de paz. El nuevo gobierno alemán pensaba que las propuestas de Wilson moderarían los términos. No obstante, Wilson no fue capaz de reprimir las ansias de Francia de territorios, reparaciones y de humillar a Alemania. Se entregaron territorios alemanes, en usufructo o en propiedad, a Francia y a estados recién creados como Polonia y Checoslovaquia. Además el tratado desintegró el Imperio Austrohúngaro. Es más, Alemania hubo de cargar con la responsabilidad de la guerra, una humillación que amargaría a muchos alemanes durante los años veinte y treinta.
Finalmente, apareció una serie de nuevos estados en Europa oriental. Muchos de estos estados, como Polonia, o los Países Bálticos (Letonia, Lituania y Estonia), se concibieron como barreras contra los bolcheviques, así como para satisfacer las demandas de independencia de minorías étnicas que habían pertenecido a antiguos imperios. Los aliados vencedores desmembraron también el Imperio otomano, que todavía dominaba territorios desde el norte de África hasta Persia. Bajo la guía de la Sociedad de Naciones, los franceses y los británicos impusieron mandatos sobre Palestina, Irak, Jordania y Siria, haciéndose con el control de aquellas zonas. El sistema de mandatos había hecho de Gran Bretaña y Francia los supuestos guardianes ilustrados de los territorios de Oriente Próximo. Los europeos se hicieron cargo de la tarea de promover los intereses de los pueblos bajo su dominio, un noble objetivo del que muchos nacionalistas árabes dudaban, y con razón. Sólo Arabia Saudí surgió como nación independiente de las potencias europeas.
Si el Tratado de Versalles trajo la paz, desde luego no trajo la felicidad. Los alemanes abandonaron las negociaciones resentidos, esperando el día de su revancha. Los rusos, que nunca fueron invitados, quedaron como apestados fuera de la comunidad internacional. Más allá de Europa, las aspiraciones nacionales y un hondo resentimiento contra el yugo imperialista siguieron siendo alimentados durante décadas después de la Gran Guerra. Y los pueblos de las colonias europeas, influidos por los sueños de Wilson y Lenin, imaginaron un mundo muy distinto del de sus opresores imperiales.
Europa antes y después de la I Guerra Mundial
Tras la I Guerra Mundial, el mapa de Europa experimentó importantes modificaciones. De acuerdo con lo establecido en el Tratado de Versalles, Alemania cedió parte de su territorio a Bélgica, Checoslovaquia, Dinamarca, Francia y Polonia. Estos países, así como Rumania y el Reino de los Serbios, Croatas y Eslovenos, aumentaron su extensión con regiones de Austria-Hungría. Las restantes zonas del Imperio otomano también se disgregaron, y la mayoría de los estados que se constituyeron pasaron a ser mandatos franceses y británicos por decisión de la Sociedad de Naciones.
martes, 26 de agosto de 2008
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