martes, 26 de agosto de 2008

Cristianismo


Desde que Tiberio se retiró a Capri y dejó el gobierno del Imperio Romano en manos de Sejano, la vida en Roma se volvió peligrosa. Sejano endureció las leyes contra la traición y mucha gente fue procesada por causas mínimas. Las delaciones eran recompensadas, hasta el punto que hubo quienes se ganaban la vida con ellas (y, naturalmente, a un delator profesional no le importaba mucho si sus acusaciones tenían fundamento). En Agripina, la viuda de Germánico, fue acusada de conspiración contra Tiberio. Pudo haber algo de cierto, pues al parecer creía que el emperador había envenenado a su marido. Sejano no se atrevió a actuar contra ella sin el respaldo de Tiberio, pero lo convenció para que la exiliara. El año anterior Tiberio había desterrado, también a instancias de Sejano, a Nerón Julio César, al que seis años antes había nombrado heredero. (Ese mismo año murió Livia, la viuda de Augusto.)


Pero los acontecimientos más trascendentes del momento estaban teniendo lugar inadvertidamente en Jerusalén. Unos días después de la muerte de Jesús corrió el rumor entre sus seguidores de que había resucitado. Los cuatro evangelios (especialmente los tres primeros) son bastante coherentes en cuanto a los hechos que narran, pero a partir de la crucifixión se diversifican. Así, según san Mateo, las primeras en ver a Jesús resucitado fueron María Magdalena y "la otra María", según san Marcos fue María Magdalena, según san Lucas fueron María Magdalena, Juana y María, la madre de Santiago, mientras que según san Juan fue María Magdalena. María Magdalena era una prostituta, de la que algunos conjeturan que fue amante de Jesús y, sea esto cierto o no, parece ser que fue una de las que más lloraron su muerte. Es razonable conjeturar que fue ella quien inició el rumor sobre la resurrección, probablemente aturdida y afectada por los acontecimientos. Ahora bien, si a uno le cuentan que un hombre ha resucitado, es difícil no mostrar cierto escepticismo, y si además resulta que el testigo ocular es alguien sentimentalmente vinculado con el difunto a quien la muerte le ha dejado fuera de sí, y además se trata de una prostituta (tengamos en cuenta la mentalidad de la época), la credibilidad de la noticia disminuye considerablemente. Por ello, es de prever que los primeros añadidos que tendrá el rumor al pasar de boca en boca irán encaminados a aportar testigos más solventes, y así no es de extrañar que María Magdalena pronto se viera acompañada en su testimonio por otras mujeres de más prestigio e imparcialidad reconocida.
Es razonable suponer que, ante el rumor, la gente buscara confirmación en los más allegados a Jesús, esto es, los doce discípulos. Éstos no habían mostrado una actitud muy heroica cuando su maestro fue capturado. Al parecer se dispersaron y negaron conocerle de nada. Luego, cuando las aguas se hubieron calmado y tal vez confusos por las gentes que les preguntaban si era verdad que Jesús había resucitado, decidieron reunirse. En realidad sólo acudieron once de ellos, pues Judas Iscariote había participado en la detención de Jesús y, según los evangelios, se ahorcó poco después, presa del remordimiento (aunque esto suena más a moraleja que a historia real).
Los once discípulos tomaron una decisión singular: acordaron mantener que Jesús era el Mesías, que había resucitado, que se les había aparecido a todos ellos y que antes de ascender al cielo les había ordenado que continuaran predicando en su nombre el evangelio, esto es, anunciando a todos los judíos que en breve volvería a la tierra en majestad para juzgar a vivos y muertos. Así se convirtieron en los apóstoles (enviados) de Jesucristo (Jesús el Mesías). Para completar el número redondo de doce, Judas Iscariote fue reemplazado por Matías.
Para dar coherencia a su historia afirmaron que Jesús se había entregado voluntariamente al tormento. Al igual que los judíos sacrificaban animales para que se les perdonaran sus pecados, Jesús se había ofrecido en sacrificio para que Dios perdonara a los judíos todos sus pecados, era el Cordero de Dios, el cordero que Dios había enviado a la tierra para que los judíos lo sacrificaran por sus pecados.

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