martes, 26 de agosto de 2008

Comercio y ciudades medievales

Transporte de bienes desde un lugar a otro con el fin de intercambiarlos. El economista británico Adam Smith, fundador de la ciencia económica, decía en La riqueza de las naciones (1776) que “la propensión al trueque y al intercambio de una cosa por otra” es una característica intrínseca a la naturaleza humana. Smith también señalaba que el aumento de la actividad comercial es un elemento esencial del proceso de modernización. En la sociedad moderna, la producción se organiza de forma que se puedan aprovechar las ventajas derivadas de la especialización y de la división del trabajo. Sin el comercio, la producción no podría estar organizada de esta forma.
En la antigüedad, el transporte de mercancías a larga distancia era caro y arriesgado. Por lo tanto, el comercio se realizaba, generalmente, en mercados locales, siendo los bienes comercializados, fundamentalmente, alimentos y vestidos. Casi todo el mundo gastaba la mayor parte de sus recursos en alimentos, y lo que no producían ellos mismos lo obtenían comerciando. Lo mismo ocurría con los vestidos: la ropa se hacía en casa o se compraba. Además de alimentos, ropa y cobijo, los grupos más ricos empleaban sus ingresos en atuendos vistosos, joyas y obras de arte, lo que provocó un importante comercio de bienes de lujo.
Tras la recesión que siguió a la caída del Imperio romano, el comercio empezó a crecer paulatinamente en Europa durante la edad media, especialmente a partir de los siglos XII y XIII. El comercio a larga distancia fue menos peligroso a medida que los comerciantes creaban asociaciones para protegerse durante los largos viajes. Las principales rutas comerciales de larga distancia ponían en contacto el Báltico y el Mediterráneo oriental con el centro y el norte de Europa. De los bosques del Báltico provenían materias primas: madera, alquitrán y pieles. Del este provenían bienes de lujo: especias, joyas y productos textiles. A cambio de estos bienes, Europa occidental exportaba materias primas y bienes manufacturados. Los ingleses vendían prendas de lana, los holandeses arenques salados, en España se producía lana, Francia exportaba sal; el sur de Europa también destacaba por sus vinos, sus frutas y su aceite. Las ciudades italianas y alemanas que cubrían estas rutas promovían y financiaban el comercio. No obstante, durante la edad media, el comercio entre Europa y Asia era escaso, porque el transporte terrestre era caro y los bienes de Europa no tenían valor suficiente para exportarlos al Este.


El concepto de feria, así como sus elementos, han evolucionado a lo largo de
la historia. Las ferias, con sus tenderetes móviles, sus mercancías variadas y sofisticadas,
concurrentes que acuden únicamente por divertimento, con sus espectáculos,
primero en las plazas, luego en tablados, o a cubierto, se han reducido,
en determinadas épocas, a proporcionar diversiones a la población; un medio
de dar salida a los «artículos producidos por la inventiva de los obreros parisinos
»3, de acercar a los pueblos las mercancías que no estaban a su alcance. Por
el contrario, en la Edad Media, cuando las comunicaciones eran tan difíciles y
peligrosas, cuando los lugares en los que se podía encontrar los artículos de lujo
o de primera necesidad eran tan escasos y alejados entre sí, las ferias, esas grandes
reuniones de gentes de todos los países que acudían a ellas en caravanas,
necesariamente tenían un objetivo de aprovisionamiento y eran florecientes.4 En
efecto, el concepto de feria, unido a fiesta, la fiesta por la fiesta, de carácter
gratuito, exclusivamente lúdico, es algo muy contemporáneo que no existía en
otros tiempos. Para algunos autores, la palabra fiesta no corresponde si se aplica
a las ferias del pasado lejano, porque en lo que respecta a sus orígenes, coinciden
con unos «tiempos recios; el carácter festivo tenía un sentido, si iba unido al
ritmo de la vida cotidiana del individuo o la comunidad».5 Cada feria estaba
perfectamente organizada. La primera semana se dedicaba a montar las paradas
o casetas en las calles de la ciudad; durante los diez días siguientes, se procedía a
la transacción de los paños; a continuación, durante once jornadas, se vendía el
cuero cordobán y en las diecinueve restantes se vendían otras variedades de artículos.

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